Una fotógrafa aficionada que deambuló durante cuatro décadas con su cámara y hoy está en los museos más importantes del mundo.

Vivian era una niñera que en secreto era fotógrafa. Caminaba por las calles de Chicago con los niños que cuidaba y les tomaba fotos a extraños mientras hacían cosas de todos los días. Y nunca les mostró sus fotos a nadie.

Vivian residió con las familias para las que trabajaba, no le gustaba hablar. Era tan reservada que cuando llevaba a revelar los rollos de sus fotos no daba su nombre real. A lo largo de su vida tomó más de cien mil fotografías pero nadie supo nunca que era fotógrafa.

Vivian guardaba todos sus negativos e impresiones en un almacén rentado. Dos años antes de morir, dejó de pagar la renta, y todo lo que estaba ahí dentro se puso a la venta. En la subasta, toda su obra fue comprada por tres coleccionistas de fotos. No tenía ni idea de qué habían encontrado un tesoro escondido.

Pese a no tener capacitación formal, Vivian había capturado la vida callejera de Estados Unidos durante la posguerra con la crudeza e intensidad de una profesional: gente comiendo donas, comprando víveres, yendo a museos, siendo arrestada, besándose, vendiendo periódicos, limpiando zapatos. Algunas veces también se fotografió asimismo en el reflejo de los escaparates, o incluso como una sombra en la pared. Vivian se convirtió en una sensación internacional.

Usaba una cámara Rolleiflex que sostenía a la altura de su pecho para mantener contacto visual con la persona a la que estaba fotografiando. Muchas de sus tomas más memorables son de gente que la mira directamente.

Fuente: Cuentos de Buenas Noches Para Niñas Rebeldes 2. página 196