Una diosa de la música, genial e inolvidable que dejó un legado de fortaleza y talento.
La luz y el humo la envuelven. Luz de reflector algo avara, humo de tabaco y marihuana. Pero antes de que su voz rompa la niebla, la gardenia sobre su pelo. La gardenia, dicen, es para ocultar un mechón quemado. Pero otros dicen que es para esfumar una vieja cicatriz.
No es raro que un golpe o una navaja hayan dejado su marca a los diez años que limpiaba un burdel (sin paga), y que a los doce ejercía el milenario oficio: la puta más joven de Fells Point, barrio de Baltimore de mala fama y peor muerte…
En verdad, Eleonora Fagan Gough, nacida en Filadelfia el siete de abril de 1915, está marcada por mucho más que un tajo: por el miserable estigma de todo lo precoz erróneo. Su madre, Sadie Fagan, la parió a los trece años. Su padre, Clarence Holiday, tenía quince, y huyó «todo lo lejos que le permitía el sistema de transporte», como escribió Tennessee Williams en el Zoo de Cristal al recordar la fuga del suyo…
Prostitución a los doce –también debut en la marihuana– y presa cuatro meses, a los catorce, por «la frecuentación de hombres por interés de lucro», según la ley, madre e hija debían buscar unos dólares para comer sin esperar la caridad de la iglesia.
En el salón Pod’s & Jerry’s cuelga un cartel: «Se necesitan bailarinas». Allá van, pero Billie –que todavía no se llama Billie– no puede bailar peor. Está bajando del escenario, cuando el pianista se apiada:
–¿Puedes cantar? ¿Quieres cantar?
Ignora el abecé del canto. Ignora todo sobre la música, pero canta. El azar o la providencia, por una vez, tiran un dado ganador. El crítico y productor John Hammond anda por allí, a la pesca, y la oye:
–Es extraordinaria –dice o piensa.
Y se pone en marcha: logra que esa negrita ignota, en años muy poco propicios para negritos/as ignotos, grabe un disco acompañada por Benny Goodman, rey absoluto del clarinete.
Ella tiene ya –o apenas– dieciocho años, y los vientos sombríos se disipan.
La buscan –el tam tam de la selva–, y debe buscarse un nombre breve, sonoro, pegadizo: Holiday lo toma de su padre. Billie, de la actriz Billie Dove, figura del cine mudo. Lo demás, el éxito, la gloria, los golpes, se suceden con vértigo.
Canta en clubes de Nueva York. Vive en Harlem. La radio –toque luminoso– la convoca, y canta Your Mother´s Son-In-Law con un pequeño grupo de músicos dirigidos por Benny Goodman. Fecha: 27 de noviembre de 1933. La piedra fundamental: su debut comercial.
No tardará en llegar Strange Fruit, su himno contra el feroz racismo de esos años: los músicos y cantante negros –aun los más exitosos y generadores de dinero– deben entrar a las salas por una puerta lateral. La principal, prohibida.
¿Qué dice Strange Fruits? «Puedes ir vestida de raso, con gardenias en el pelo, no ver una caña de azúcar el kilómetros a la redonda, y aun así seguir trabajando en una plantación… Los árboles sureños cargan extrañas frutas».
En 1999, la revista TIME la declaró «La mejor canción del siglo XX».
Coincidió Robert Christagau, uno de los hombres del Nuevo Periodismo, puerta abierta por Truman Capote y Tom Wolfe: «Billie Holiday es inigualable, y posiblemente la mejor cantante del siglo». Y Frank Sinatra: «Sin discusión, la influencia más importante en el canto popular de los Estados Unidos en los últimos veinte años».
Mezzosoprano ligera, llamada también Lady Day y Queen of Song, tuvo vida y carrera breves. Brilló, con altibajos, durante veintiséis años –1933 a 1959–, y murió a los cuarenta y cuatro.
Entre sus recuerdos hay pocos pero grandes dioses: Louis Armstrong («a quién oía cuando trabajaba en el burdel»); Bessie Smith («Siempre quise el gran sonido de Bessie»), y según la suma de varias encuestas, «Billie fue una de las tres voces de mujer más importantes del jazz, junto a Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald«.
Además, hizo escuela: Janis Joplin, Nina Simone, Mariah Carey y Amy Winehouse reconocieron que Billie les imprimió su sello…
Sus cifras, más de las que es posible lograr en un cuarto de siglo: cincuenta álbums, cuarenta discos simples, doce temas compuestos y ocho nunca grabados, y treinta premios y honores. Entre ellos, Grammy por la carrera, Salón de la Fama del Rock, y una estampilla con su cara…
Pero mientras sonaban maravillas como My Man, Night and Day, Summertime, Y Cried for You, Lover Man… (la lista es infinita: piden perdón las omisiones), la vida que llaman «real» rodaba por un barranco sin fondo, como si el pasado de esclavitud (¿qué otra cosa fueron sus años, hasta los dieciocho?) la llamara a las cadenas del barco negrero…
Corría el año 1935, y esta vez el látigo en la espalda fue la heroína, criminal silenciosa y sin absolución, más su inevitable compañero de ruta: el alcohol. Ese bourbon que a Sinatra le dio su voz definitiva, pero que se ensañó con las cuerdas vocales de Lady Day.
Ese vértigo la empujó a casarse (1941) con el trompetista Jimmy Monroe, pero sin abandonar a su amante –otro trompetista–Joe Guy. En marzo de 1952, segundo matrimonio. Con Louis Mckay, un matón de la mafia, un ejecutor, pero que intentó arrancarla de las drogas. Misión imposible…
Por aquellos años confesó su bisexualidad. Al parecer, su pareja fue la famosa actriz Tallulah Bankhead, que ayudó a varias familias españolas a escapar de la Guerra Civil. Pero también tuvo amoríos con Charles Laughton y con Orson Welles mientras éste filmaba su inigualable y eterna Citizen Kane.
Mientras, tres hits. God Bless de the Child, I Love you Porgy y Fine and Mellow, clásicos sin ateos en la tierra. Y en 1957, el programa The Sound of Jazz, CBS, retransmitió Fine… con la voz de Billie y el talento de cinco grandes: Ben Wester, Lester Young, Gerry Mulligam y Coleman Hawkins (saxofón), y Vic Dickenson (trombón): todavía hoy, un diamante en la historia del jazz…
Había dicho que «todo lo que la droga puede hacer por tí es matarte, y matar también a las personas que amas». Pero la sentencia no le sirvió. Presa por posesión heroína, pasó ocho meses entre rejas. Le revocaron la New York City cabaret card, tarjeta de permiso para cantar en los clubes neoyorkinos… ¡durante doce años! Su voz, «cariñosa, dulce, algo desgastada, sabia, triste y sofisticada», según un crítico top, no perdió el fraseo ni la emoción, pero la heroína había empezado ya su faena de demolición…, aunque oírla en I´m a Fool to Want You era un instante de epifanía. La absoluta felicidad…
A fin de mayo de 1959, un dolor lacerante en el hígado y una constante taquicardia obligaron a internarla…, al mismo tiempo que pagaba con arresto en su casa por «tenencia criminal de narcóticos».
Con custodia policial permanente, murió el 17 de julio de 1959. Al cerrar los ojos, su fortuna se reducía a 70 centavos en el banco y 750 dólares en su casa. La droga se había llevado todo lo demás…
Causa de la muerte: cirrosis hepática (alcohol). En ese momento, sólo su perro se acurrucaba a su lado.
La sepultaron en el cementerio Saint Raymond, Bronx, Nueva York. En su lápida bien pudo grabarse su conmovedora definición: «Nadie canta la palabra hambre como yo, o canta como yo la palabra amor».
Y nadie caminaba con tanta elegancia y sutileza por el escenario, se inclinaba levemente al terminar, y desaparecía en las sombras. No como una artista de variedades lista para los bises. Como una gran dama negra que sólo concedía la estela dorada de su paso y el eco perpetuo de su voz.
Fuente: infobae